Ya sé que tengo el blog abandonado y es posible que penséis
que he pasado a mejor vida, pero como dijo Groucho Marx, las noticias sobre mi
muerte han sido exageradas. Es tontería
que os enumere las múltiples (de hecho, 2) excusas que os puedo dar para justificarme
o que haga firme promesa de enmienda, porque a día de hoy, difícilmente puedo
comprometerme a mantenerlo con una periodicidad medio decente. No obstante, voy
a ir actualizando el material que me habéis enviando del Sherlock Holmes
Detective Asesor, para que los que estéis interesados podáis acceder a él con
facilidad, e intentaré subir algunos contenidos que he ido preparando estos
últimos meses.
Hoy voy a hablaros de “En blanco y negro” de la Editorial
Egales, que además de ser una de mis canciones favoritas de Barricada, también
es el título de la nueva novela de Prado G. Velázquez, escritora y amiga de la que ya os
he hablé, con motivo de la publicación a través de crowfunding de su primera
novela, “Tierra de Sol”.
Y para que veáis que no sólo sigo viva, sino que sigo
teniendo inquietudes frikis y culturales, el pasado jueves 31 de mayo me planté
en la presentación de su libro, cosa que tampoco me resultó muy difícil si
tenemos en cuenta que tuvo el detalle de hacerla en Sagunto, en La
Domus Atilia, vamos,
al lado de casa.
La Domus Atilia es un bed & breakfast que dicen los de la
pérfida Albión, alojamiento con encanto (de hecho, con mucho encanto) que diríamos
nosotros, situado a un tiro de piedra de los restos arqueológicos del Sagunto
Romano. Está decorado inspirándose en la historia de dos hermanas romanas (Atilia
y Calpurnia) que fueron enterradas juntas y cuya placa funeraria aún se
conserva. Sinceramente, no conocía el sitio hasta ahora (lleva poco más de un
año abierto), pero os aseguro que si no estuviera al lado de mi casa, me iría
de fin de semana para disfrutarlo a fondo. A los que seáis de la zona, deciros
que también hacen actividades culturales, como talleres de escritura.
En consonancia con la ambientación, La Llar del Deus (para los que no habléis valenciano,
significa “El Hogar de los Dioses”), una tienda de Sagunto dedicada a la
arqueologastronomía, animó la velada con vinos producidos a la manera romana.
Con todo ello, cualquiera diría que íbamos a asistir a la
presentación de una de las novelas del
detective Marco Didio Falco, ambientadas en la Roma de Vespasiano por Lindsay
Davis (novelas muy recomendables y de las que ya os hablaré otro rato), pero
no. De detectives iba la cosa, pero no
en la antigua roma, sino en el Hollywood de los años 40.
Me hizo especial ilusión poder asistir, porque tenía ganas de
ver en persona a Prado, a la que conozco hace años pero siempre a través de la
red (para que luego digan que internet nos vuelve antisociales) y porque además,
la presentación corría a cargo de la también escritora Eley Grey. La charla estuvo concurrida y duró casi dos horas, en las cuales ambas
escritoras realizaron un buen repaso al papel de la mujer en la novela negra (y
por extensión, en el cine negro) de los años 40-50, tras lo que Velázquez firmó
ejemplares a los asistentes.
Y ahora viene cuando critico implacablemente (e intentaré que
sin spoilers) “En blanco y negro”, que
terminé de leerme ayer. El mérito de que me la acabase en tres días no es
únicamente de mi velocidad lectora, que también, sino de la novela que tiene
una colección de personajes bastante
entretenidos, una trama detectivesca interesante pero fácil de seguir y un
estilo muy fluido (no nos engañemos, yo leo rápido, pero el Sigmarillion me
costó más que un parto gemelar y creedme, sé de lo que hablo).
La estructura y el tono cumplen religiosamente con lo que se
esperaría de una novela negra clásica (primera persona incluida), si no fuera
por la licencia “poética” que se toma la autora a la hora de hacer que su
protagonista sea una mujer ex investigadora
de la policia en la década de los 40, una época en las que si bien
existían mujeres en el cuerpo, ni eran detectives ni llevaban siquiera pistola.
Pero es un detalle que se termina pasando por alto, para centrarse en Rachel J. Bladovich, una detective a medio camino entre el Phillip
Marlowe de Raymond Chandler (con el que comparte su afición por el whisky y las
mujeres poco recomendables) y la V.C. Warshawski de Sara Paretsky.
Bladovich oculta su condición
femenina tras un anillo y un marido inexistente, como Warshawski lo hace tras
un par de iniciales asexuadas, y podríamos describirlas a ambas con aquello que
decía Sabina de “siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la
falda muy corta”, aunque Rachel se pase más de la mitad de la película con
pantalones a lo Hepburn (Katharine, no Audrey, obviamente). Algunos personajes
secundarios, como su paradójica madre que insiste en que deje sus costumbres tan
poco “femeninas” y se case con su primo Jerry, pero le arregla los pantalones
para que no vaya echa un adefesio, aligeran un poco la atmósfera oscura de los
años de la postguerra y el agresivo entorno machista en el que se mueve en sus
complicadas relaciones con el cuerpo de policía, ofreciendo un contrapunto moderadamente
cómico, que recuerda a la Stephanie Plum de Janet Evanovich, aunque sin llegar
a sus extremos de excentricidad.
Creo que es una obra recomendable
para los lectores que quieran acercarse a la novela negra con un enfoque
relativamente actual, sin por ello prescindir de una localización (tanto
geográfica como temporal) clásica, pero con un desarrollo ligero y ágil. Por el
contrario, es posible que el lector más purista considere excesiva su
contemporaneidad. Yo, personalmente, ya estoy esperando la segunda parte.
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