El Cadáver Exquisito es una técnica usada por los surrealistas, que se
basa en un viejo juego de mesa llamado “Consecuencias” en el cual los jugadores
escribían por turno en una hoja de papel, la doblaban para cubrir parte de la
escritura y después la pasaban al siguiente jugador para otra colaboración. El
nombre se deriva de la frase que surgió cuando fue jugado por primera vez: “Le cadavre exquis boira du nouveau vin” ("El cadáver exquisito beberá
el nuevo vino" para los que no controlen francés).
Es por tanto un juego en grupo y cooperativo, en
el que cada jugador escribe una parte de una composición secuencial, basándose
en lo que ha escrito el jugador anterior. Y claro, como roleros que somos, eso de juegos
en grupo y cooperativos, pues viene a ser lo nuestro. Así que hace unas
semanas, comenzamos un proyecto de Cadáver Exquisito entre los miembros de
Aviso a Roleantes. Tenemos una semana de tiempo máximo cada uno para hacer nuestra parte y esta no debe pasar de 50 palabras (esta norma es un poco elástica, porque como veréis, nos la hemos pasado un poco por donde no brilla el sol). Y este es el resultado después de la primera vuelta:
Todo
comenzó cuando recibí la herencia de un familiar lejano. Yo ni siquiera tenía
familia. Mis padres vinieron a Boston el 16 de agosto de 1865 dejándolo todo. Mi
madre era descendencia holandesa y mi padre inglés. Mi madre murió cuando
apenas tenia 11 años y mi padre hacía un par de meses.
Yo no sabía que tenía un tío-abuelo, así que mi sorpresa fue mayúscula cuando el abogado de mi padre me informó de que debía hacerme cargo de su herencia, de la que mi padre no había querido saber nada a su muerte, cuatro años antes: una fragata de tres palos en una remota isla del Caribe.
¡El Caribe!, Dios mío, tierra de piratas y gente de mal vivir. Menos mal que justo ayer mismo recibí un paquete con la contestación a mi solicitud de trabajo como capataz en una plantación de aguacate en Honduras. Mis estudios botánicos me hacían el candidato ideal para modernizar el cultivo del árbol, el dueño de la plantación estaba ansioso por conocerme y junto con el contrato me enviaba los pasajes para el viaje hasta su casa, así como algunas recomendaciones. También me hablaba de otra persona, un tal William Tremont, que se reuniría conmigo en Jacksonsville (una de las paradas que haría el barco que me llevaría hasta Honduras).
Me puse a preparar el viaje hacia Honduras. Luego me ocuparía de la, seguramente destartalada, fragata. Como soy un hombre ordenado, me propuse no dejar ningún cabo suelto. Vendí las pocas posesiones que no me cabían en la maleta y dejé pagado el mes corriente a mi casera.
Era mi última noche en el puerto, así que recorrí las conocidas calles en busca de un buen sitio para cenar. Tardé en decidirme, pero finalmente me decanté por un sitio donde hacían la mejor carne de caza de la ciudad (tantos días en un barco pueden acabar con el paladar de cualquiera, pensé). La cena era exquisita, regada con un buen vino. Lástima no tener compañía. Removía mi copa viendo girar el vino, cuando quedé inconsciente.
Al abrir los ojos sentí un dolor de cabeza intenso y pensé que jamás un vino, por malo que fuera, había tenido estos efectos en mí. Estaba tumbado en un catre y al levantarme un punto en lo mas profundo de mi cerebro me recomendó no hacerlo, pero mi descerebrado inconsciente pujó más en la apuesta y ganó, a mi pesar.
Estaba en una habitación que más que pequeña era angosta. Todo parecía estar tan cerca de mí que incluso la pequeña mesilla que había junto al catre invadía mi espacio vital. La luz entraba por un pequeño ventanuco redondo en la pared. Pared o paredes, que por otro lado eran de acero. Todo aquello junto a la fiesta que empezó en el interior de mi estomago me llevaron a la deducción de que estaba en un barco y en pleno viaje.
Ese
descubrimiento me dio miedo, ya que todo me llevaba a pensar que me habían
secuestrado. Pero... ¿quién? ¿y porqué? Si yo era un hombre humilde que acababa
de heredar un barco desvencijado, que no sabía tan siquiera si el navío se podría
mantener a flote. Intenté liberar mis manos, que permanecían atadas con una
cuerda, a lo que parecía una de las patas de la cama, mientras intentaba pensar
en lo sucedido la noche anterior...